«Quien salva una vida, salva al mundo entero».
«No supo ni quiso pasar de largo cuando su prójimo más cercano, aunque desconocido, lo necesitaba». A Ignacio Echeverría, que ya ha pasado a la historia de la solidaridad humana como el “héroe del patinete”, quiero definirlo así y así motivaría cualquier ulterior reconocimiento que se le otorgara.
Vivió como un joven titular de valores como de entusiasmo y vitalidad, la de todas sus edades que recorrió sembrando a su alrededor amistades y admiración al salir a la palestra del mundo desde una familia que supo poner en su vida cimientos poderosos. Los que se llaman “valores” y cuyos efectos saltan y fructifican en las pequeñas cosas del acontecer diario como en el momento más dramático.
A este periodista, curtido en lo peor de la vida por haber tenido que contarlo, analizarlo, intentar explicarlo a lo largo de medio siglo de profesión, Ignacio y los Ignacios de este mundo siempre han conseguido vacunarle y alejarle de un cinismo, a veces de manera, que campa a sus anchas en el periodismo. Por prisas y “cosificación de las personas-noticia”, dicen algunos; por reiteración, justifican otros; porque para ser narrador de lo peor hay que ser frío como un témpano, añaden algunos maestrillos.
Pero no. Ignacio Echeverría y su familia – ejemplar antes, durante y después de la tragedia – a mí me han confirmado una vez más que no todo está perdido, como nunca lo estuvo. Y por eso, no me alargo más y condenso todo en un “¡Gracias!” por el ejemplo, por el mensaje y por lo que habéis sabido transmitir a una sociedad distraída por el “carpe diem”.
Ignacio Echeverría nació en Ferrol el 25 de mayo de 1978 y dio su vida para los demás en una noche de terror en Londres, la del 3 de junio 2017. Lo hemos visto en Las Rozas como en As Pontes y en muchos lugares: su generosidad extrema no ha sido en vano, ya fructifica.
Descansa en paz, Ignacio.